Enseña con orgullo tu cicatriz: te ha salvado la vida
Me llamo Rocío y nací con una cardiopatía congénita, atresia tricúspide, que me diagnosticaron cuando mi madre estaba embarazada. Nada más nacer, mejoraron el funcionamiento de mi corazón con dos cateterismos.
Mis uñas y labios eran de color morado, algo muy común en niños y niñas con cardiopatías, hasta tal punto que en el colegio me preguntaban si iba maquillada. A los seis años me realizaron una intervención quirúrgica. No la recuerdo muy bien, tampoco el tiempo que estuve ingresada. Ni siquiera sabía explicar que me pasaba, siempre decía que mi corazón “estaba malito”. Con el tiempo, aprendí en qué consistía mi cardiopatía, qué suponía tenerla y qué debía hacer para llevar una vida lo más normalizada posible.
‘¿Soy normal?’
Mis recuerdos de infancia y adolescencia vagan entre distintas situaciones. Por un lado, la medicación y las revisiones de semana en semana, de mes a mes y, cuando crecí, cada “x” meses. Por otra parte, las limitaciones en la práctica deportiva -en clase de Educación Física permanecía sentada o simplemente caminaba o hacía algún ejercicio con supervisión del profesor-. Y nunca olvidaré el protocolo para los síncopes. En verano, en las horas de mucho calor, zumo de piña, cereales y plátano y nada de salir, así como la importancia de mantener húmedas mis muñecas y mi nuca.
Después de aprender todo esto, me surgió la duda: ¿soy normal?
Los médicos y mis padres siempre me decían: “no eres una niña enferma, eres normal, puedes llevar una vida normal” y tenían razón. Pero “mi yo joven” no lo veía así y mis iguales tampoco me lo ponían fácil para sentirlo de otra manera.
Durante mucho tiempo usé camisetas que me tapasen la cicatriz y bañadores en vez de bikinis. Esa “marca” era un complejo muy claro. Los niños y las niñas no eran amables conmigo. Sus comentarios no me ayudaban: “¡qué asco!”, “eres rara”, “cinco ombligos”. Sí, “cinco ombligos” fue mi apodo. Y os preguntaréis por qué. Debido a mi operación, además de la cicatriz del bisturí, tengo las de los drenajes, los tubos que, en el postoperatorio, expulsaban la sangre que “no servía”. Las marcas de estos orificios justo se encuentran encima del ombligo. Esta es la razón por la que odié las cicatrices mucho, me odié mucho. Cuantos más comentarios recibía, más aborrecía la cicatriz y más maldecía mi cardiopatía. Algún que otro día llegaba a casa del colegio llorando.
‘Me grabé a fuego que era perfecta’
La inseguridad fue algo cada vez mayor. A diario me culpaban de haber perdido la carrera o no me elegían para formar equipo o jugar en el recreo. Me resultaba difícil establecer relaciones de amistad.
Los comentarios de mis compañeros y compañeras eran, a veces, crueles, dañinos. Algunos no veían más allá de mi cicatriz o mi cardiopatía. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que era más fuerte de lo que yo creía. Que lo importante era adoptar una actitud positiva, mantener mi mente y “mi corazón” sanos. Aprendí que la opinión de los demás no valía nada. Yo era y valía mucho más de lo que ellos pensaban. A pesar de mis límites -revisiones, medicación, decir no a los tatuajes o piercings, nada de ejercicio extremo- me grabé a fuego que era perfecta, que no había nada de malo en mí. Me lo repetía cada vez que me miraba al espejo. Estaba aquí para luchar y tenía que estar orgullosa de haber superado situaciones difíciles que, probablemente, a esas personas que me hacían daño les hubiese costado afrontar.
Consejos para aceptarse
Para quienes se enfrenten a una situación similar, mi consejo es que aunque tengan límites, hay muchas cosas que pueden hacer y aprender. Hay mucho mundo por explorar. Aquí comparto unos pequeños consejos que a mí me ayudaron a creer en mí, a aceptarme, a quererme.
- Nunca, nunca sientas vergüenza por tu cicatriz. Enséñala con orgullo. Te ha salvado la vida.
- Muestra tu cardiopatía con normalidad: no eres una persona enferma.
- No uses tu cardiopatía como excusa para evadir responsabilidades.
- Eres importante. Eres igual de válido que cualquier otra persona.
- Mantén una actitud mental positiva. Estás aquí por una razón. El mundo te quiere. No te rindas.
- La venganza nunca es la solución. Desear o hacer daño a quienes te lo hicieron no es una opción. Tú eres mejor que todo eso.
- Sé amable, evita comentarios jocosos hacia tus iguales y, sobre todo, denuncia y para posibles casos de acoso escolar.
- Eres fuerte, valiente e increíble y mereces toda la felicidad del Universo. Si yo he podido, tú también. Y si necesitas ayuda, pídela. No te hará más débil.
Rocío, 20 años
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