Laura, trasplantada de corazón: ‘Gracias a todos los donantes que hacen posible las segundas oportunidades’
Laura nació en Zaragoza hace 39 años con ventrículo único izquierdo, entre otras malformaciones cardiacas. Tras haber superado dos operaciones y haber llevado un marcapasos con una edad muy temprana, ahora ha comenzado ‘una nueva vida’ después de haber sido trasplantada de corazón.
En el Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos, nos cuenta en primera persona cómo ha sido vivir tantos años con una cardiopatía congénita y cómo es su vida actual con un nuevo corazón:
Cuando nací, los médicos de Zaragoza no daban a mis padres ninguna esperanza de que fuera a salir hacia delante. No habían operado nunca a alguien con esta cardiopatía y me derivaron a Madrid. Allí, mi familia “vio la luz”, pues me operaron a los tres años y con siete me hicieron la segunda intervención, un “Fontan”. Después, a los nueve años, me pusieron marcapasos.
Mi vida antes del trasplante
Siempre me he cansado más que los demás, hacía menos deporte que otros niños y no me dejaban ir a las excursiones. Creo que también había un poco de sobreprotección por parte del colegio y de mis padres. Aun así, he llevado una vida bastante normal, he trabajado muchos años de peluquera y también he hecho deporte con moderación.
No había sido muy consciente del esfuerzo que hacía mi corazón hasta que un día me comentó el médico que no podría tener hijos porque sería muy peligroso para mí y para el feto. Fue un disgusto muy grande, pues siempre había querido ser madre.
En las revisiones, cada vez tenía el corazón más débil y se me estaban empezando a dañar otros órganos como el riñón o el hígado.
Los médicos siempre me comentaban que algún día habría que hacer un trasplante, pero yo siempre pensé que sería con 50 o 60 años. Pero fue antes: en una revisión en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, mi doctora me dijo que tenía muchas arritmias y que ya no se podían controlar de ninguna forma. Mi corazón se estaba desgastando mucho y se puso en contacto con los médicos de Zaragoza para pasar los informes al Hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Mi médica me tranquilizó, me dijo que me llamarían más adelante para hacerme unas pruebas y que ellos decidirían si era el momento de trasplantarme o no.
Comienza la espera, aparece Menudos Corazones
Pocos días después, me llamaron del hospital para darme la fecha de las pruebas pretrasplante. Me dijeron que, para seguir adelante, tenía que estar dispuesta en ir a vivir a Madrid hasta que tuviera un donante. Les dije que yo no podía instalarme en la capital con mi sueldo y que me dejaran unos días para pensar cómo podía hacerlo.
Fue entonces, a través de mi cardióloga de Zaragoza, cuando conocí la Fundación Menudos Corazones. Ellos me abrieron las puertas de su Casa para alojarme mientras esperaba un corazón. Aún recuerdo la conversación que tuve por teléfono con su trabajadora social. Se me caían las lágrimas de alegría cuando me dijo que tenía un hueco para mí en la Casa…
Con el problema del alojamiento solucionado, mi hermano, mi cuñada y yo viajamos a Madrid, y después de varios días de pruebas, me dijeron que finalmente iban a trasplantarme. No me lo esperaba. Sentí miedo a posibles complicaciones, un poco de mala leche y hasta dudé en hacérmelo o no.
No me veía tan mal como para pasar por un trasplante, pero los médicos lo querían hacer lo antes posible porque más tarde igual era tarde y otros órganos se habrían deteriorado mucho.
Cuando comencé a vivir en la Casa Menudos Corazones, empezó la espera. Aunque realmente me lo tomé como un tiempo para hacer cosas que no podía hacer cuando estaba trabajando: visitar museos un martes, hacer cursos online, ver pelis de madrugada, conocer gente nueva, hacer deporte para estar un poco fuerte de cara a la operación… Además, mucha gente de Zaragoza vino a verme a Madrid. ¡Se lo agradeceré siempre!
Un nuevo corazón: llegó el momento del trasplante
Tuve mucha suerte. Solamente pasaron dos meses cuando me llamaron para decirme que había un donante para mí.
En aquel momento estaba en la Casa con dos familias con las que había hecho piña. Nos emocionamos todos, parecía el programa de “¡Sorpresa, Sorpresa!”.
Me puse muy nerviosa, me temblaba todo. No había sentido tanta emoción en mi vida y, a los pocos minutos, empecé a pensar que no estaba preparada y me entró miedo. No esperaba que el trasplante fuera a llegar tan pronto. Inmediatamente después, llamé a mi hermano y me dijo sorprendido «¿Ya? ¡Venga, cojo el coche y voy a Madrid desde Zaragoza!». Después, entre lágrimas, hable con mi cuñada, y le dije: ¡No dejes que mi hermano coja el coche! Tuve tiempo de avisar a mucha gente querida antes de la operación y me dieron mucha fuerza.
Cuando me operaron fue todo perfecto. Mi primer recuerdo con mi nuevo corazón es a alguien desentubándome, mientras yo intentaba toser medio dormida. Fue entonces cuando escuché la voz de una médica: «Ha ido todo bien, Laura».
Más allá de ese momento, lo que recuerdo con más nitidez es el rostro de mi hermano. Fue la primera persona conocida que pude ver… Su expresión era de felicidad… «Tienes buena cara, parece que te hubieran operado de apendicitis solamente», me dijo.
Y así fue el momento de mi trasplante. En total, hasta que me reajustaron la medicación, estuve 25 días en el hospital.
Mi segunda oportunidad
Actualmente ya han pasado siete meses del trasplante y es cuando empiezo a notar diferencias, en parte, porque ya no tengo tantos efectos secundarios de la medicación tan agresiva que tomaba al principio. Ya me canso menos e iré mejorando progresivamente porque mi cuerpo aún se está reajustando a su nuevo inquilino.
Estoy contenta. La prioridad en el primer año es que no haya rechazo y, de momento, está todo en orden. Si lo tuviera que resumir en una frase sería: ¡Ahora estoy cada vez mejor!
Fueron muchas emociones fuertes en poco tiempo y estoy muy agradecida, en primer lugar, a mi donante: muchas gracias a él o a ella y a todos los donantes que hacen posible las segundas oportunidades.
También a los médicos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, pues además de hacer magia con sus manos, tienen una gran calidad humana.
Y cómo no, a Menudos Corazones. Esta Fundación tiene gran parte de responsabilidad en que esto haya sido posible.
Tampoco quiero olvidarme de todas las personas que han hecho que no me derrumbara emocionalmente y que siempre han estado ahí, especialmente de mi hermano, que aun siendo el pequeño demostró ser muy grande.
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