Ana, luchadora contra todo pronóstico
La historia de Ana es la de una luchadora contra todo pronóstico: su nacimiento 50 años atrás, su diagnóstico de cardiopatía congénita y su destino han sido siempre desafiados por su firmeza, su valentía y la de quienes la quieren.
Mi nombre es Ana Francisca Martín Arranz y tengo 51 años. Nací un 4 de junio de 1973 en el Hospital de San José en Madrid. Soy la tercera de tres hermanas, la más pequeña, y la que todos esperaban que fuera niño. Pero se equivocaron en las apuestas y vine mujer luchadora.
En apariencia todo estaba bien, hasta el día de mi bautizo. El 17 de junio, por la noche, no paraba de llorar, no quería biberón, me asfixiaba y tenía los labios un poco moraditos.
Por la mañana, una vecina, enfermera, vino a casa a verme. Le dijo a mi madre que llamara inmediatamente a un médico y que, cuando éste llegara, me pusiera pegada a la ventana, donde me diera la luz, porque no tenía buen color. Ya tenía los labios y las manos moraditas.
Fue entonces cuando todo, absolutamente todo en mi familia, cambió.
El diagnóstico fue el principio, pero no el final (como auguraban)
Vino el doctor y me ingresó en su clínica privada (Dr. García Andrade), en la incubadora, donde este médico, directamente, me desahució con unas palabras muy muy duras que dijo a mi madre: “Señora, ¿tiene usted más hijos? Pues cuídelos y olvídese, porque esta niña no saldrá adelante. Lo único que se puede hacer es rezar”. Allí estuve dos días.
Pero mi madre no se podía rendir y, por medio de una tía mía, nos dieron el teléfono de una enfermera del Hospital La Paz que trabajaba como enfermera de quirófano en el área infantil; y allí que me llevaron. Ese ángel, al que siempre dije que era mi segunda madre, se llamaba como yo: Ana V.
A los 38 días de nacer, me hicieron mi primer cateterismo (llegué a romper 10 catéteres). En ese momento les dijeron a mis padres que tenía un 5% de posibilidades de sobrevivir a una intervención. Y a eso se agarraron. A continuación, vino un procedimiento (Rashkind neonatal y atrioseptomia posterior) a manos del equipo del Dr. Cordobilla. Era algo paliativo, para ver cómo evolucionaba, en un cuerpo tan pequeñito.
Cuando tenía 21 meses, llegó la operación importante, la de corazón abierto: reparación auricular con técnica de Mustard. Fue en 1975 y el equipo que me intervino era el del Dr. Álvarez. En estadísticas, era la décima en salir con vida de esta intervención.
Tengo una insuficiencia venosa periférica y varices desde niña. A causa de ello fui operada de nuevo a los 17 años con safecnectomía en la pierna izquierda; y tratada durante muchos años por embolización.
Desde muy pequeña he tenido muchos síncopes, prácticamente inmediatos, que duraban poco tiempo, pero perdía el conocimiento. Son bastante peligrosos, porque me suceden de repente, me caigo y me golpeo. La última vez, fue en el baño de casa: me fracturé dos costillas y me ha llevado meses recuperarme.
Me han hecho numerosos cateterismos a lo largo de estos años y lo último, a nivel cardiológico, fue implantarme un stent, en abril del 2021. Todo salió muy bien, pero una de las veces que fueron a hacerme una ecografía tuve uno de mis famosos síncopes y las pulsaciones me bajaron tanto que al final terminé en la UCI. Después, ya en casa, me costó bastante más de lo que creía recuperarme. Entonces, recordé que los años no pasan en balde y que, cuando eres joven, remontas con una facilidad que nada tiene que ver con la de ahora.
Mi mayor preocupación, derivada de mi problema de corazón, es la trombosis crónica y completa en la vena cava inferior. Tratamiento: Adiro y Elecor 25 mg. Y pantys de comprensión fuerte.
De la niñez a la edad adulta: así le ha afectado su cardiopatía
¿Cómo me ha afectado esto? Pues bien, de niña, exenta en clases de gimnasia, no podía correr, aunque sí montaba en bici; me bañaba en la piscina, pero no soportaba el agua fría. Nunca tuve problemas con los amigos o en el cole respecto a mis cicatrices, en absoluto. De hecho, recuerdo muy bien estar mirando yo a mis amigas y pensar: “A ellas las falta algo, no tienen la cicatriz, qué raras son”. Pero no decía nada, porque era muy prudente… ¡Hasta que realmente me di cuenta de que la “especial” era yo! Así de asumido lo tenía.
Mis sobrinos siempre creyeron la historia de que me habían atacado unos gatos y me mordió en la playa un tiburón. Vamos, como una heroína. ¡Qué inocentes, se lo creyeron los cinco!
Otra cosa fue el tema vascular, que empezó siendo muy joven y es algo que aún me cuesta superar. Durante muchísimos años, en mi adolescencia, tuve que llevar una media ortopédica en mi pierna izquierda hasta la altura de rodilla. Para mí fue, realmente, muy traumático. Yo tuve novio muy pronto, a los 15 años, con el cual me casé, y él siempre estuvo ahí y ayudó; pero nunca, jamás, he podido con ese complejo.
En cuanto a la maternidad, yo era una niña a la que le encantaba jugar con los muñecos a ser mamá… Pero mi madre fue muy directa con este tema y me decía siempre: “Ana, tú sabes que, por tu corazón, no podrás ser mamá”. Yo le contestaba que sí. Recuerdo alguna noche llorar por eso, pero lo fui asumiendo de forma tan natural que cuando me fui a vivir con mi novio y pregunté al cardiólogo lo que ya sabía, me lo confirmó y, a continuación, me hice una ligadura de trompas.
Actualmente, con 51 años, he perdido el miedo a muchas cosas que me exigen esfuerzo físico y hago yoga, zumba; voy a pasear… dentro de un límite. Poder hacer deporte, para mí, ha supuesto un reto personal que ha llevado a un aumento de mi confianza en mí y de mi autoestima. Comprobar que hay deportes que sí puedo hacer me ha hecho sentir “menos enferma” y, también, romper la barrera de esa sobreprotección lógica que ejercían mis padres.
A su lado
Y, en cuanto a mi familia, solo puedo estar agradecida por lo que me han ayudado, apoyado. ¡La cantidad de sustos que les he dado! Y no solo a ellos, sino a todos los que han vivido conmigo a largo de los años: amigos, familia política, compañeros de trabajos, parejas…
Por aquel entonces no había psicólogos para mis padres, que tuvieron que asumirlo sin ningún tipo de ayuda; igual que mis hermanas, Chari y Elena, que con 6 y 5 años ven que su vida cambia totalmente y dejan de ver a su mamá y su hermanita. Regreso a casa con mis cicatrices, y vuelven a pasar por el estrés de otra operación, año y medio después; ven a mis padres preocupados y piden rezar en el colegio por mí. Llevan toda la vida cuidándome, una vida que ha sido más complicada y compleja de lo que podía imaginar… pero eso es ya otro capítulo. Papi, mami, Chari, Elena: os quiero.
No recuerdo muy bien cómo conocí a Menudos Corazones, hace ya muchos años. Creo que fue por un anuncio en el aparecía Belén Rueda e, inmediatamente, quedé impactada de que existierais. Sin embargo, he tardado todos estos años en dar el paso de acercarme a la Fundación. Ahora me siento encantada de estar aquí. Aportáis acompañamiento, conocimientos, un montón de actividades para los jóvenes y que yo reivindico para los no tan jóvenes… ¡Ojalá mi familia y yo hubiéramos tenido vuestro apoyo hace tantos años! Psicológicamente, hubiera sido muy importante para todos, para mi madre especialmente; y para mí y nuestro vínculo. Pero también para mis hermanas, que eran pequeñas y lo pasaron muy mal. Sois luz.
PD.: Cuando salí totalmente recuperada, mi segunda mamá, Ana, me llevó a la clínica del doctor que me había desahuciado para que me viera. Siempre hay que dar una oportunidad a todos.