Gadea: ‘Cada día es un triunfo’
Me llamo Gadea, llegué a este mundo un 23 de mayo de 2002. Como tenía muchas ganas de ver lo que había fuera de la tripa de mi madre, vine antes de tiempo.
Cuando nací, mis padres ya sabían que llegaba con muchas cosas (tetralogía de Fallot), pero no les importó nada; es más, se pusieron manos a la obra y se prepararon para una nueva etapa en sus vidas.
Por llegar antes de tiempo, tuve que estar dos meses en la incubadora, que fue mi primera toma de contacto con el mundo hospitalario. Allí me empezaron a preparar para cruzar el charco y un buen día de diciembre aparecí en San Francisco.
A los dos días de llegar, ya estaba ingresada en Lucile Packard Children’s Hospital de Stanford, donde me hicieron la primera cirugía.
Había escuchado a mis padres que íbamos a estar 20 días, pero yo después de un viaje tan largo no estaba dispuesta a ponérselo fácil al doctor Hanley, y a la vez me empezó a gustar la vida americana. La recuperación de esta cirugía fue muy lenta: estuve 9 meses con mi madre, ¡menos mal que conocimos a unas personas maravillosas que me ayudaron a salir adelante! Nunca los olvidaré.
Al final, en agosto, pude regresar a Madrid, pero era temporal, ya teníamos cita para volver a cruzar el charco y otra nueva cirugía.
Esa vez el viaje duró 6 meses, ni que decir tiene que, a pesar de las complicaciones, iba mejorando poco a poco, ya me dejaban salir más del hospital a pasear, incluso un buen día a mis padres se les ocurrió llevarme a conocer el Golden Gate. Ahora cuando veo esas fotos me hace mucha ilusión.
Tras la recuperación, volvimos pero, como todo el mundo dice que no hay dos sin tres, tuve que regresar otra vez. Como ya sabía algo de inglés, esta vez no era un begin the begin, era la definitiva, estuvimos casi 5 meses hasta poder regresar a casa.
Ya en Madrid, empecé a llevar una vida más tranquila, siempre vigilada día y noche por mi madre, a quien siempre he oído decir que en nuestra casa teníamos de todo menos quirófano.
A los pocos meses empecé a ir al colegio. Para mí todo era nuevo y a la vez muy extraño, ya que no había tenido contacto con otros niños, había vivido en un mundo de hospitales con médicos, enfermeros, auxiliares, celadores, voluntarios… ¡Qué gran mundo, cuánto los quiero y cuánto me han ayudado!
Estos últimos años he estado bastante tranquila, llevando una vida casi normal, con mis pastillas, terapias, revisiones…
Cuando todo parecía que iba bien, surgió un contratiempo que me hizo estar ingresada 5 meses, ¡menos mal que estaba en buenas manos! Me tuvieron que conectar a muchas máquinas, me hicieron varios cateterismos, tacs… Les di un buen susto.
Los dos últimos meses fui al colegio del hospital y, por las tardes, tenía el entretenimiento asegurado con mis amigos de Menudos Corazones, pero poco a poco pude salir adelante y volver a casa.
Una de las cosas que he aprendido en mi corta vida es que las cosas se ganan en equipo, si no, que se lo digan a los del Hospital Gregorio Marañón, que no son un equipo, son un equipazo.
Después de pasar este susto, estoy contenta y cruzo los dedos todos los días, porque para mí cada día que pasa es un triunfo y doy gracias a todo el mundo que de una manera u otra me ha ayudado. Gracias madre, por tu dedicación en cuerpo y alma, y gracias padre, que siempre fuiste un aventurero y me llevaste a Stanford.
Otoño, 2017.
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