Toñi, médica y paciente: el secreto de su empatía
Desde mi habitación, en la séptima planta del hospital, esperando impaciente el alta, escribo estas palabras para contar mi historia. En estas largas horas de ingreso hemos tenido tiempo de recordar, como ocurre casi siempre con familiares y amigos, momentos y anécdotas de la infancia, y mis padres nos ayudan con los recuerdos más tempranos.“Su hija tiene un soplo”, recuerda mi madre las palabras del pediatra en mis primeras horas de vida, con los ojos húmedos a pesar de los 30 años que han pasado desde aquel momento, “y las pruebas que te hicieron confirmaron tu cardiopatía, estenosis valvular aórtica”. Así empezó todo.
Aunque no lo he vivido en propia piel, sé el impacto de estas noticias en unos padres. Los míos, a base de dibujos, comprendieron y explicaron qué me ocurría y lo han afrontado bastante bien. Mi infancia fue feliz, en parte porque he sido asintomática, aunque esto hacía que mis padres se llevaran “el susto” en mis revisiones cuando las cosas no iban bien, pues no lo esperaban. Por otra parte, agradezco enormemente a mi familia y mis amigos que me hayan hecho sentir siempre una más, una niña “normal”, solo teniendo en cuenta mis pequeñas limitaciones.
Recibí una buena educación en casa y jamás utilicé mi enfermedad, que nunca limitó a mis padres cuando fue necesario regañarme o castigarme (aunque reconozco que no he dado mucha guerra). Mis padres, ejemplo de humildad, esfuerzo y bondad; mi hermana, compañera de aventuras, mi mejor amiga; he aprendido mucho de ellos. Tengo “prohibidas” ciertas cosas por mi cardiopatía y eso me enseñó a no lamentar las barreras y los obstáculos, sino a explorar ese universo de otras posibilidades y potenciar otras aptitudes y habilidades. Algunas circunstancias difíciles, no relacionadas con mi enfermedad, han hecho de mí una persona fuerte, una fuerza que puede pasar desapercibida bajo una apariencia de tranquilidad y dulzura.
A temprana edad en mi infancia descubrí mi vocación, y aunque he sido buena estudiante, los últimos años de colegio me esforcé al máximo para conseguir unas buenas notas que me permitieran entrar en la Universidad para estudiar Medicina. Y así fue, inicié la carrera en 2005 y tras 6 duros años de estudio y prácticas y otro año, aún más duro, de oposición, me licencié y escogí plaza como pediatra, formándome para ello durante el periodo como médico interno residente, 4 años de duras y largas guardias, 4 años de aprendizaje, de los cuales dediqué uno, paradójicamente, a la cardiología infantil. Y, desde hace 2 años, finalizada esta etapa, paso consulta como pediatra en un centro de salud.
En estos pocos años de experiencia, profesional y laboral, observo con frecuencia que se tiende a “enfermizar” a niños con afecciones banales y transitorias y, precisamente, en patologías graves, descubro niños felices y padres que intentan normalizar la vida de sus hijos para que disfruten de su infancia y de su vida. Yo me siento identificada con este segundo grupo, no solo porque, como pediatra, piense que es lo mejor para mis pequeños pacientes, sino porque también lo he vivido desde ese lado, desde la camilla y, a pesar de la enfermedad, los niños siguen siendo niños, y dentro de las limitaciones y circunstancias que cada uno presente en función de la gravedad, debemos hacer que se sientan iguales a los demás, felices, niños.
Hasta ahora solo he precisado dos valvuloplastias mediante cateterismo, realizadas a mis 6 y 11 años. Guardo buenos recuerdos de la atención médica que recibí, pues el equipo de cardiología del Hospital 12 de Octubre, antes infantil, ahora de adultos, es maravilloso, tanto profesional como personalmente. El trato es… especial, tanto a pacientes como a familias, porque al final somos uno, y no solo arregla el corazón desde el punto de vista morfológico y fisiológico, sino que también cura el alma y alivia las penas de los sufridores familiares.
Hace 4 años y medio conocí al amor de mi vida, mi complemento perfecto, y se convirtió en mi marido hace poco más de un año. Ahora estamos pensando en formar nuestra propia familia y por eso estoy aquí, recién salida de quirófano tras sustituir mi válvula estenótica por una biológica, intervención necesaria en pocos años, adelantada por mi deseo de maternidad, para evitar el elevado riesgo que supondría mi cardiopatía para el bebé y para mí. No será la única pues, debido al desgaste, será necesario sustituir esta válvula por una prótesis en un futuro; pero eso ahora no importa, ahora me encuentro bien, preparada para iniciar una nueva etapa en mi vida.
En mi profesión, la empatía, que debería ser necesaria como personas, es fundamental y la cardiopatía ha intensificado esta cualidad en mí. Conocer la historia de una persona con una enfermedad similar que está consiguiendo metas, cumpliendo sueños, en definitiva, teniendo una vida normal, aporta luz y esperanza a un camino dificultado por el miedo y la preocupación. Por eso me gustaría que esta carta también tuviera esa función en todos los lectores, transmitiendo mi apoyo y ánimo a todas esas personas que conviven con una cardiopatía u otra patología importante. Hace mucho tiempo me dijeron una frase muy parecida a una que he leído en esta Fundación: “Las personas con cardiopatía tienen un corazón especial” y creo que, en todos los sentidos, es cierto. Cuidemos esos corazones para que sigan latiendo de vida y felicidad.
Toñi Carretero Oya
Invierno de 2018
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