Isabel: «No solo es mi hermana, también se convirtió en amiga»
Me llamo Isabel y soy la chica del corazón imperfecto pero que siempre siempre late bonito. Nací un frío día 30, del mes de diciembre, de hace ya 34 años, ¡que se dice pronto! Si me descuido me paso de año, pero venía con prisa y casi di hasta las campanadas.
Dicen que lo mejor de la vida es compartirla, por eso llegué acompañada. Mi gemela, Marta, nació diez minutos más tarde que yo y desde ese momento no nos hemos separado. Bueno, solamente en las temporadas que pasé ingresada, de niña, en el hospital. Aunque Marta siempre me visitaba y se montaba en mi silla de ruedas para pasearme por los pasillos. Recuerdo que me llamaba por teléfono, pero yo no quería ponerme; no porque no quisiera hablar con ella, sino porque se me hacía un nudo en la garganta y rompía a llorar de lo mucho que la echaba de menos. ¡Nunca olvidaré esa cabina de teléfono y la vocecita de mi hermana al otro lado y yo sin poderle decir nada, queriéndole decir todo!
Marta, junto con mis padres, es una de las personas más importantes de mi vida. Compartimos todo y tenemos una relación muy especial, con una unión mágica. Ha vivido y vive por dos. Siempre preocupada por mi bienestar. Ella es polifacética y, por ello, no solo es hermana, también se convirtió en amiga, madre y hasta enfermera en un abrir y cerrar de ojos. Sus abrazos son mi cura y mi refugio; sabe entenderme como nadie. Y yo estoy infinitamente agradecida.
Hemos tenido una infancia muy feliz, en familia, rodeadas de mucho cariño y alegría. Desde bien pequeñas hemos madurado aceptando mis limitaciones y siendo conscientes de lo que podía o no podía hacer, comer y hasta de las medicinas que tenía que tomar. Una situación que hemos vivido con total naturalidad.
Mis cicatrices, mi orgullo
Estoy acompañada de un montón de primos y amistades que me quieren y me ayudan, y siempre me han tratado con ternura, como a una más ¡y hasta con más privilegios que al resto! He subido, a las espaldas de algunos de ellos, las cuestas y montañas de los pueblos de La Tejera Negra en Guadalajara (para mí, impensable hacerlo sin ayuda; solamente de mirar hacia arriba ¡ya me canso!). He viajado por España y el extranjero y he superado miedos de la mano de mis amigas.
Nuestra adolescencia ha sido muy divertida. He salido de fiesta y aunque, a veces, me he quedado frita en los sofás de un reservado, he bailado como una loca hasta que no podía más con los tacones. No sé lo que es el alcohol ni fumar, ni tampoco me hace falta. Me sobran ganas de pasarlo bien y disfrutar.
Sé lo que es estar enamorada y sentirse correspondida y también sé lo que se siente cuando te rompen el corazón; pero os aseguro que no duele tanto como las cicatrices que llevo en mis costados y en el pecho, de las cuales no me acomplejo y enseño sin ninguna vergüenza y con mucho orgullo. Con lo que han supuesto para mí, no me las borraría ni por todo el oro del mundo. Al fin y al cabo, dicen que son la señal de los valientes, ¿no?
Soy maestra, llevo catorce años en la docencia. Enseño a mis niños a vivir con una sonrisa. Intento que aprendan un montón de cosas; pero, sobre todo, a respetarse y a aceptar a los demás sean como sean. Me encanta llevar un fonendo a clase y os sorprenderíais al ver la carita que ponen al escuchar mi corazón después del suyo, ¡es alucinante! Marta también trabaja en el mismo colegio, ella con los mayores, yo con los pequeños. Pero compartimos la misma vocación: la enseñanza.
Un hermano más
Hace cuatro años, llegó a su vida Miguel, quien desde el nueve de diciembre de hace dos años es mi cuñado. Una persona maravillosa, llena de entusiasmo y alegría. Ahora tengo, también, lo que tantos años pedía por Reyes: un hermano más. Y con él, Marta no solo ha cumplido su sueño de formar una familia, sino el mío.
Y es que hay veces que los sueños se cumplen de la mano de las personas que más queremos y cuando es así, la felicidad se multiplica; y ése, ése era mi sueño desde que niña. ¡Y lo he cumplido con creces! Hace poco más de un año fui tía por primera vez: Martina fue el regalo más bonito que alguien puede recibir. Y hace unos días he vuelto a vivir la experiencia maravillosa de tener otra sobrina: Alejandra. Con ella he vivido muy de cerca la maternidad.
Gracias a Miguel, que me permitió entrar en el paritorio en su lugar, pude presenciar el nacimiento de la pequeña y compartir ese mágico momento junto a mi hermana. Lo que sentí allí dentro no puedo describirlo, un cúmulo de emociones y todas preciosas. No tendré vida suficiente para agradecerle el mayor acto de generosidad que he recibido. ¡Fue increíble!
Para el día de su boda, Marta y Miguel decidieron no dar regalos a sus invitados, sino donar el dinero que iban a destinar a hacerlo a la Fundación Menudos Corazones; un gesto precioso y emotivo, en especial para mí. Desde aquí, animo a todo el mundo a colaborar con esta causa y así, entre todos, poner contentos a muchos corazones de niños y sus familias.
En definitiva, debo deciros que mi cardiopatía ha sido el eje fundamental para entender la vida, nuestra vida. Mi corazón ha hecho que comprendamos lo que significa ser diferente y aceptarlo con normalidad, incluso con orgullo.
Cuerda a mis latidos
Mis padres nos han enseñado a vivir con fe, esperanza, valentía e ilusión. A mirar el mundo con una exquisita sensibilidad y una delicada humanidad y, por ello, disfrutamos cada momento de una manera muy especial, con mucha intensidad y emoción. Las cosas más pequeñitas nos saben a grandes logros y eso ¡es maravilloso!
También, sabemos lo que es el sacrificio y la capacidad de lucha y aunque, a veces no es fácil, seguimos adelante de la mejor manera posible: juntos.
Siempre digo que vivo gracias a los latidos prestados de toda la gente bonita que me rodea (en especial de mis padres y mi hermana), que me regalan, con muchísima generosidad, lo mejor de sí para continuar luchando. ¡Soy una afortunada! Por tanto, mis palabras favoritas son Vida y Gratitud.
Me permito, por último, un agradecimiento a la planta de Cardiología Pediátrica del Hospital Ramón y Cajal, al que he de decir que siempre me cuesta ir, pero, en el fondo, le debo todo; especialmente al grupo de médicos que han cuidado de mí durante este tiempo, con cariño y profesionalidad. A los que ya no están, los que se han jubilado y los que siguen, a todos y cada uno de ellos, quiero agradecerles públicamente su excelente trabajo, su entrega y su gran humanidad para conmigo y mi familia. Ellos han hecho posible que hoy esté escribiendo estas líneas. Sois excepcionales. Deberíais ser eternos.
Una cariñosa mención al Dr. Manuel Quero, a la Dra. María Jesús Maitre, al Dr. Fernando Villagrá, al Dr. Julio Pérez de León, al Dr. José María Brito, al Dr. Pedro Antonio Sánchez, al Dr. Herráiz (mi querido Ignacio, extraordinario profesional y una bellísima persona), al Dr. Luis Fernández Pineda (¡lo que voy a echar de menos a mi entrañable Luis!), a la Dra. Natalia (un encanto de doctora), a la Dra. Elvira Garrido, al Dr. Ricardo Gómez y a todos los que no nombro pero que de alguna manera han tocado mi corazón para dar cuerda a mis latidos.
Gracias, de corazón.
Isabel
Otoño de 2019