Iván, corazón luchador
Todo empezó con una palabra que muchas personas que tenemos cardiopatía queremos evitar pronunciar: trasplante. Me hicieron las pruebas necesarias en febrero de 2018 y a lo largo diez meses y diez días estuve esperando a que llegara el momento en que pasase de ser solo eso, una palabra, a convertirse en una realidad. Fueron un total de 7.540 horas en las que tuve que estar permanentemente localizable por si, al fin, había un nuevo corazón para mí.
La cuenta atrás
Lo malo era ir tachando cada día en el calendario; y después uno y otro mes, que ponía de un color distinto en esta cuenta atrás. Empecé a quedarme en casa, dejé de juntarme con algunas personas, perdí a otras… Lloraba cada dos por tres y tenía cambios de humor, depresión, ansiedad… Incluso sufrí bloqueos en redes sociales como WhatsApp o Instagram, dejé de boxear y de ir al gimnasio durante un tiempo. Esa es la realidad de la espera de un trasplante, al menos la que yo viví; incluso después.
El deporte fue muy importante para mí en la preparación para el trasplante y en la posterior rehabilitación. Antes de la operación, me dediqué a realizar boxeo y ejercicios de levantamiento de pesas, máquinas de esfuerzo físico… Los médicos me animaban a seguir haciéndolo. A los dos meses de la intervención, volví a hacer deporte: pesas, bici y algo de correr; y en el cuarto y quinto mes, empecé a practicar defensa personal y otros ejercicios físicos para afrontar mejor la rehabilitación.
La llamada
Tu cabeza se queda bloqueada ese día, el día en que recibes la llamada en que te dicen que todo está listo para el trasplante y vas al hospital para la intervención. Yo la recibí a las 18:47 y a los pocos minutos me estaba enfrentando a mi última gran batalla.
En esos instantes, la sensación es rara; se mezclan varios sentimientos y sensaciones: ganas de llorar, nervios, aceleramiento… y también ganas de reír.
Antes de entrar a quirófano besé mi pulsera de la asociación Jusapol, donde me conocen como “Iván, Corazón Jusapolero”, con la frase: “Prohibido rendirse”.
Después de la gran batalla
Tan solo dos semanas después del trasplante, me dieron el alta del Hospital Gregorio Marañón (Madrid). Pocos días después fui al área materno-infantil a visitar a otro guerrero que había pasado por lo mismo: le dije que era un superhéroe y que podía superarlo.
Por superar esta gran batalla recibí en 2019 la segunda condecoración de la Asociación Santos Ángeles Custodios a la que pertenezco desde el 23 de marzo de 2017. En aquel momento, con 19 años, me nombraron Ángel Custodio, entrando a formar parte de la junta directiva y convirtiéndome en su miembro más joven y en el único con cardiopatía congénita de su historia.
En circunstancias como estas te das cuenta de quiénes están contigo en la vida, ¡hasta los que menos te lo esperas! Y también de quiénes no lo están.
Actualmente, me encuentro bien, aunque en ocasiones tengo temblores por los medicamentos. He recuperado las ganas de hacer cosas y he vuelto a ser feliz. Las restricciones por la covid-19 no me han resultado tan duras porque ya había vivido situaciones de aislamiento previas en el hospital.
Estoy orgulloso de mis cicatrices y de haber luchado hasta el final con la cabeza bien alta. Si algo puedo decir a mis 23 años de edad es que cada persona ha de afrontar sus propias guerras. Esta fue la mía y, en la tuya, recuerda: no luchas solo.
¡Gracias!
Quiero agradecer a mi madre, Pilar Adán, a mi familia, a mis amigos de Pasarón de la Vera (Cáceres) que, en la distancia, me apoyaron; así como a los conocidos y compañeros del trabajo de mi padre, a los miembros de la Asociación Ángeles Custodios y de la plataforma Jusapol; a Jandro Lion, al cardiólogo Enrique Maroto; y a Menudos Corazones por el apoyo psicológico de Ana Belén. Y, por supuesto, a la familia que autorizó la donación del corazón que ahora late dentro de mí.
Iván
Mayo de 2021