Arturo: la gran recompensa del deporte
En la revista número 6 de Menudos Corazones, Conchita Martínez nos contó el nacimiento y la infancia de Arturo, su hijo.
«A las pocas horas de nacer, le hicieron su primer cateterismo y le diagnosticaron transposición de las grandes arterias (TGA) y comunicación interventricular (CIV). No tengo que contaros cómo vivimos esa situación y lo duros que fueron los primeros nueve meses hasta que le operaron definitivamente […]. Nosotros intentamos que todo el problema que tuvo de pequeño no le afectase en su desarrollo ni en su día a día porque existen esos miedos que nadie puede quitarte pero que es importante superarlos».
Han pasado quince años de aquello y es el turno de escuchar a Arturo, ese ‘menudo’ que hoy tiene 40 años:
Soy Arturo, nací en Madrid en marzo de 1982, y a los nueve meses me operaron de una cardiopatía congénita. Desde esta cirugía, no he vuelto a entrar a un quirófano, aunque cada año paso mis revisiones.
Mi infancia y mi adolescencia han estado marcadas por el miedo a tener que ser operado de nuevo o a que me pasara algo. Por eso, siempre íbamos con nervios a las revisiones del Hospital La Paz, aunque, gracias a Dios, siempre salíamos con buenas noticias.
Ese miedo que teníamos en la familia hizo que estuviera muy sobreprotegido. Por ejemplo, no practicaba deporte por lo que me pudiera pasar, así que tuve una juventud muy sedentaria. Además, siempre me he considerado una persona tímida.
Cómo el Camino de Santiago cambió mi vida
En 2008, ya cansado de ese tipo de vida, decidí hacer el Camino de Santiago desde Roncesvalles. Ese mes caminando en solitario, esforzándome día a día, me transformó: logró que me sintiera con fuerzas para conseguir lo que quisiera. Y, ahí, todo cambió.
Volví a casa con más de diez kilos perdidos y decidí que, a partir de este momento, dejaría de llevar una vida sedentaria: iba a intentar estar sano. A pesar de que mi cardiopatía me obligaba a esforzarme mucho más que las personas sin enfermedades, cada pequeño logro era una gran victoria para mí.
Poco a poco, y con muchísima dificultad, he conseguido hacer deporte como uno más en el gimnasio. He subido montañas, corrido 10 km y, actualmente, practico boxeo de forma regular. Esa constancia en el deporte ha tenido su recompensa, y actualmente tengo una vida totalmente normal.
En 2017, cuando Eva, mi mujer, se quedó embarazada, volvió la incertidumbre. Teníamos miedo de que nuestra hija naciera con alguna cardiopatía. Pero eso no ocurrió. Gracias a Dios, Carol nació sana.
Mi familia, como es normal, lo ha pasado muy mal con mi cardiopatía, pero siempre he tenido la certeza de estamos muy unidos, que nos hemos apoyado en los malos momentos, algo fundamental para superar las grandes dificultades.
Junto con Eva, mis padres y mi hermana Bea son los pilares de mi vida.
Ayudar, el mejor regalo
Conocí la Fundación hace unos años cuando mi madre me habló de ella. Desde entonces, hemos colaborado con diferentes donaciones, ya que sabemos que la ayuda que dan a las familias de niños con cardiopatías es maravillosa.
Por ejemplo, en nuestra boda decidimos que el mejor regalo que podíamos hacer a nuestros invitados era donar ese dinero para Menudos Corazones. Además, mi hermana hizo unas chapas muy chulas para poder dar a conocer un poco más la Fundación.
Tampoco nos perdemos la Carrera Solidaria Menudos Corazones: disfrutamos del ambiente tan bueno que hay y conocemos a otros ‘menudos’ como yo.
Finalmente, en el colegio donde trabajo de conserje, siempre que puedo, hablo de Menudos Corazones a los padres de niños con cardiopatías.
Disfrutar de las pequeñas cosas
Actualmente sigo con una vida activa y sana para poder disfrutar lo máximo posible de mi mujer, mi hija y el resto de mi familia. Nos encanta disfrutar de las pequeñas cosas, pasar el tiempo juntos y, sobre todo, salir al campo a pasear.
Sin duda mi cardiopatía me ha hecho ver que ser un luchador merece la pena y que tenemos una vida maravillosa.
Para finalizar mi historia, quiero dar las gracias a Menudos Corazones por la labor que realiza, espero que estas palabras sirvan de apoyo para otras personas que están pasando por una enfermedad, porque todo esfuerzo tiene una gran recompensa.
Y, también, quiero dar las gracias a los doctores que me operaron y que me controlan año tras año; a todo el personal de La Paz, que son unos magníficos profesionales que hacen una labor impagable; a mis padres, Goyo y Concha, y a mi hermana Bea, por haber cuidado tanto de mí desde pequeño; y en los últimos años, sobre todo, a Eva y a Carol por tener en ellas un apoyo incondicional.